La mayoría de nosotros no promovemos activamente el odio ni la violencia, ni oprimimos a los demás, ni contribuimos especialmente a que este mundo sea peor. Pero sí es cierto que nos ponemos demasiado a menudo una venda en los ojos. No nos complicamos la vida y todo lo que somos y tenemos es consecuencia de nuestras propias acciones, y cuanto más somos y tenemos mayor es la responsabilidad que tenemos.
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Podemos elegir no implicarnos en hacer un mundo mejor, esta es una opción que tenemos y decidimos en un sentido u otro. Podemos aprovechar todas las cosas buenas que hay a nuestro alcance y al de nuestro negocio sin importar las consecuencias. Podemos actuar como si el planeta y la economía global no estuvieran entre los temas de nuestra incumbencia. Podemos simplemente mirar a otro lado y pasarle el muerto a la próxima generación.
Pero cuando tomamos esas decisiones, hacemos violencia contra el futuro.
La alternativa es tener el coraje de aceptar una realidad más difícil: la única forma en que podemos proteger lo que amamos es buscar activamente un mundo estable, justo y sostenible. Cada acción tiene una consecuencia. Cada inacción quizás incluso más.